Marcos Zapata nacio en Cusco, fue un pintor activo en entre 1741 y 1776.
Al igual que
muchos de sus colegas, procedía de la aristocracia indígena y su apellido era
la forma hispanizada de “Sapaca”, nombre con el que firma algunos de sus
cuadros. Desde 1742 figura mencionado como “oficial pintor”, seguramente al
servicio de un maestro con obrador público. Al menos a partir de 1748, Zapata
ya había ascendido a la categoría de maestro y se hallaba dirigiendo un taller
numeroso y bien organizado. En un lapso relativamente breve, su trabajo había
encontrado acogida en toda la región andina. Su sencillo y devoto lenguaje
llegó a ser fácilmente reconocible y apreciado, gracias a sus vivaces gamas
cromáticas, con fuerte predominancia de rojos y azules, así como debido a la
belleza dulzona y convencional de sus representaciones marianas, rodeadas casi
siempre por cabezas de querubines.
El éxito
artístico de Zapata llegó a su punto más alto en 1755, cuando el Cabildo
eclesiástico cusqueño le encomendó los más de cincuenta lienzos destinados a
cubrir los netos de los arcos, a todo lo largo de las naves de la catedral.
Este importante encargo no fue el único que el pintor recibió de la iglesia
mayor cusqueña. Sus lienzos decoran otros sectores claves del edificio: la
entrada a la sacristía y el interior de ésta, las puertas del órgano, así como
los muros bajos de la nave y algunas de las capillas laterales, representando
en ellos diversas escenas de la historia sagrada, relatos hagiográficos y
alegorías teológicas.
Seguramente a
causa de la admiración generada por su obra en la catedral, los jesuitas
encomendaron a Zapata en 1762 el enriquecimiento ornamental de su iglesia. Al
igual que en el caso anterior, la arcaica cubierta gótica de la Compañía
ofrecía una sucesión de arcos de medio punto que se prestaba para un desarrollo
decorativo similar, retomando así la tradicional política de emulación asumida
por esta orden. En los netos de los arcos, Zapata habría de pintar un conjunto
de escenas sobre la vida de san Ignacio de Loyola, mientras que en la parte
baja de los muros realizó varios medallones con representaciones de santos de
la orden. En todas estas labores el pintor es ayudado por su discípulo Cipriano
Gutiérrez, quien acentúa la artificiosidad de las maneras de Zapata.
En los
últimos años de su carrera, la fama de Zapata había logrado trascender
ampliamente los límites del Cusco y su región. A través del comercio artístico
surandino, su obra abarcó un área de influencia que comprendía el Alto Perú,
Chile y el norte de la actual Argentina. En esta última región se halla la
serie de doce profetas bíblicos que Zapata envió en 1764 para decorar la
iglesia parroquial de Humahuaca, en la provincia de Jujuy. Después de esa
fecha, escasean las referencias sobre el pintor, acaso por haber declinado con
los años su capacidad de trabajo.
Profecía de San Francisco. Marcos Zapata. 1748-1773. Monasterio Capuchinas. |
Visitación. Marcos Zapata. 1748-1773. Monasterio Santa Catalina. |
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