Probablemente José Joaquín
Bermejo es de origen pardo o mulato, perteneciente a la segunda generación de
grandes retratistas activa en la capital del virreinato durante la segunda
mitad del siglo XVIII.
Aunque no está probado que fuese
discípulo de Cristóbal Lozano, la influencia de esta figura es crucial para el
apogeo dieciochesco de la escuela pictórica limeña. Se hace evidente en buena
parte de su producción.
Ello se deduce no sólo de la
marcada cercanía estilística entre ambos, sino de las varias ocasiones en que
Bermejo copió composiciones del maestro.
A partir de 1786, Bermejo
emprenderá, en compañía de Julián Jayo, el ciclo pictórico más relevante del
momento: la vida de san Pedro Nolasco en el claustro de la Merced.
Después de una larga carrera, el
artista desempeñaba hacia 1792 el cargo de “maestro mayor del arte de la
pintura”, por disposición del virrey Gil de Taboada y Lemos. De aquellos años
finales datan su retrato de José Antonio Ruiz Cano, marqués de Sotoflorido, que
evidencia un lenguaje formal más austero y afín con los nuevos tiempos, además
de una Santísima Trinidad, en Santa Rosa de las Monjas, obra
religiosa de un cariz sentimental y amable.
- Entre sus obras más importantes se encuentran:
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